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Capítulo III: Ranas

— Ya te dije que no pienso decirte nada.

Manuel yacía atado a una silla, en una habitación completamente negra. Martín enfrente suya, sentado en un sillón y con los dedos entrelazados, donde apoyaba su barbilla.

— Edad.

— No.

— Repito: edad.

— Pffff. No.

— ¿Querés que el mundo reviente?

— Me importa una mierda el mundo.

— Pues a las malas.

— Quince.

— Bien. Apellidos.

— Paso.

— ¿Otra vez?

— Me borré los apellidos por el odio a mi madre y padre. Qué quieres que le haga.

— Te la dejo pasar. Tu nombre completo y real.

— José Manuel. Esa era fácil de averiguar por ti mismo.

— Grupo de sangre.

— Hum, no lo tengo claro pero creo que O+

— Ah mira, como yo.

— Coincidencias...

Manuel miró hacia el piso. Suspiró hondo y volvió a hacer intento de soltarse.

— No tenés por qué resistir más, ahora te pediré huella dactilar.

— Bueno...

Desató las manos del moreno y analizó su huella con un aparato extraño.

— Y ahora: color de sangre.

— Obvio que rojo.

— No mientas.

Se hizo el silencio. Martín estaba arrodillado frente a Manuel, mirándole fijamente a los ojos. Con resignación, añadió:

— Azul celeste... ¿contento?

— ¿Así que ya sabés todo sobre esto, posta?

— No, te equivocas. Yo sólo sé ese color de mi sangre. No sé por qué estás haciendo todo esto ni para qué, yo sólo trato de responder. Sólo te pido que no me asesines o algo.

— Tenés miedo.

Manuel abrió los ojos como platos, se sonrojó y miró hacia otro lado. Martín se levantó, miró su reloj y añadió:

— Se nos hace tarde. Ya tengo los datos. Ahora seguime...ç

— Estoy atado.

— Sabés que podés cargarte la cuerda. Pero no querés desvelar tu poder. Te estuvimos observando desde que naciste, así que entérate.

El moreno frunció el ceño, congeló la cuerda y la rompió en pedazos. Sabía perfectamente a lo que se refería el rubio.

Desde pequeño en la escuela y en el kinder, cuando se enfadaba, era capaz de matar niños. Tenía como un alma endemoniada, y sólo su hermana podía calmarle. Su sangre celeste le chorreaba por las manos, y cada vez que quería estar sólo en su cuarto, congelaba el pomo y allí se quedaba hasta que quisiese salir.

También era capaz de salir en calzoncillos cuando nevaba, llovía o simplemente hacía frío.

— Veo que comprendés rápido.

Martín abrió otro portal, saltando y haciendo una seña como diciendo "Sígueme". Manuel saltó con él, y al minuto perdió la consciencia.



Abrió los ojos lentamente. Estaba en... ¿una colina?

Hacía mucho viento. Se levantó exausto y miró alrededor buscando ese mechón rubio de medio metro. Estaba detrás suya, mirando hacia el cielo.

Era raro: ya no estaba vestido formalmente. Ahora tenía unos shorts negros y una sudadera roja. Guantes sin dedos negros y sin zapatos, y con una tirita sobre la nariz.

Sin embargo, se miró a sí mismo. Tenía una sudadera celeste, unos shorts igual negros, los mismos guantes, descalzo. Para su sorpresa, seguía con el parche que tenía antes de abandonar su casa, y las mismas heridas por todo el cuerpo.

— ¿Qué carajo es todo esto?

— Bienvenido al mundo neutral entre Assiah y Gehenna. Tengo mucho que explicarte.

— ¡Ah, otra cosa! ¿Podrías decirme as respuestas tuyas a las mismas preguntas que me hiciste antes?

— He estado esperando acá sentado una semana hasta que, hoy, al fin despertaste.

— ¡¿Estuve dormido tanto tiempo?! ¡Esto debe de ser un récord!

— Tu cuerpo humano no está acostumbrado a estas condiciones de vida en este mundo. Es normal.

— Quiere decir que... ¿no soy humano?

— Ya no.

Manuel abrió los ojos y la boca lentamente. ¿Él no era humano? ¿Entonces qué era?

— Y respecto a las preguntas —prosiguió el rubio—; Edad: 16. Nombre completo: Martín Vargas. Tipo de sangre: O+. Color de sangre: naranja.

— ¡¿Naranja?! ¿De verdad?

Manuel no cabía en sí de gozo. Pensaba que era el elegido o algo por el estilo, y que tenía un amigo que no era humano, y que él tampoco lo era, y que...

— Naranja. Pero ojo: vas a ir a un liceo sólo para especies de nuestro tipo. Aprenderás cómo controlar tus poderes y para qué sirven, historias sobre nuestra especie, guerras y demás. A luchar, a combatir contra numerosos demonios, y harás amigos. A mí me quedaron 2 por aprobar...

— ¿Tú? Pero si se ve que lo controlas a la perfección.

— En eso; control de mi poder: 2, puntería: 0.

— ¿Y qué poder controlas?

— Fuego...

— ¡Mola!

— No todo hay que verlo en arcoíris, Manuel. Ahora vamos al liceo.

— ¡Sí!

El moreno asintió con la cabeza, decidido. Acababa de entrar en un mundo diferente y estaba, por supuesto, decidido a aprender todo lo que pudiese sobre él.



— Ven por acá. Voy a presentarte a unos amigos.

— Bueno...

Martín abrazó por encima de sus hombros a Manuel, loa cercó a él y se presentó delante de dos amigos.

Uno era de tez morena. Tenía una colita de gato y zarpas, orejas y se veía lindo y amigable. La otra era de tez más oscura, pelo negro recogido en una coleta y un collar de flores en el cuello, falda de flores y un pañuelo sujetando sus pechos.

— Él es Miguel, pero llámale Migue. Ella es María —y dijo esto susurrando—: mi ex-novia. Ten cuidado con ella, tiene genio de Doberman.

Manuel miró hacia ambos, levantó una mano y saludó con ella.

— Ejem, hola...

— ¡Ay qué lindo que se ve usted! —María cogió a Manuel de los mofletes y tiró de ellos.

— Ams, eso dolió...

— ¡Nya! ¡¿Amigo nuevo?! ¡Sepurrro que seremos buenos amigos! Como Martín dijo, mi nombre es Miguel purro llámame Migue. Mi poder es el del control de los animales.

— Yo igual, soy María. Mi poder es especialmente en hacer crecer hermosas flores y hacerlas como yo soy: preciosas.

— Y una mierda —soltó el rubio en bajito—... Bueno, creo que ya tendremos nuestra primera clase en... ¡5 minutos, llegamos tarde!

Los cuatro salienron pitando hacia la clase, pidieron perdón por el retraso y se sentaron en respectivos pupitres. Manuel se sentó al lado de Martín.

— ¿De qué va esta clase?

— Tenés suerte: Educación Física. Aquí nos harán correr con un demonio persiguiéndonos, echar carreras y regular la potencia de nuestros poderes. Yo en esta saqué 9.

— Ah, bien...

— Bueno —dijo ya el profesor—, hoy progresaremos con las carreras de demonios.

— Mierda —Martín se dio con la cabeza en la mesa.

— ¿Qué cosa?

— Yo quedé en 1º en la última y ahora me toca con Sebas, el más rápudo de la clase... quedaré en ridículo...

— Coraje, rusio.

Martín sonrió grande.


— ¡Sigue Manu, no te pares o te come!

Martín y Manuel estaban corriendo de una rana gigante, un demonio que se usa mucho en prácticas. Este demonio (no me acuerdo del nombre), es capaz de leer tu mente y lo que vas a hacer, cómo te sientes y el potencial de tu alma.

La rana estaba completamente suelta, sin atar a ningún tipo de cuerda o correa para controlarse. Es porque el profesor podía controlarlo con la mente.

— ¡No puedo más! —Manuel estaba todo rojo y no era capaz de correr más, y sin querer, tropezó con una piedra y cayó al suelo.

— ¡Mierda! ¡Flaco!

La rana gigante podía detectar el miedo de Manuel. Este, se dio la vuelta horrorizado, sintiéndose incapaz de levantarse y mirando fijamente a los intimidantes ojos de la rana. Justo estaba a punto de abrir la boca y tragarle, cuando Martín saltó de detrás del castaño y sopló de tal manera que salió fuego de su boca.

— ¡Hay que echarle cojones a la rana esta puta!

El profesor no reaccionaba. Encantaba ver cómo se ayudaban en equipo.

— ¡Levántate y ayúdame, vamos a cargarnos a esta rana de mierda!

Dos grandes rendijas se abrieron en el suelo y salieron dos chorros descomunales de vapor de agua a presión. Estos hicieron retroceder a la rana.

— ¡Manu, espabila!

Manuel tenía la mirada clavada en los pies de la rana. Sus ojos se convirtieron en finas rendijas.

— ¿Manuel? ¡Me oyes!

Entonces, así, de repente, las patas de la rana se convirtieron en hielo, el cual prosiguió corriendo por el cuerpo de la rana, hasta dejarle sólo el ojo fuera. Poco a poco, el demonio no era más que una bola de hielo.

— Ahora golpéala tú.

Fue lo único que dijo Manuel. Martín asintió con la cabeza decidido, le metió un puñetazo al hielo y la rana salió volando fuera de los muros del liceo.

Se hizo un silencio.

Las expresiones de las caras de sus compañeros eran de horror, excitación y ya, de tristeza, creyendo que alguno iba a morir en aquel recinto.

Únicamente se escuchaban los aplausos del profesor y cosas como "Bravo", "Fantástico" de la misma boca.

Martín abrazó fuerte a Manuel y sonrió.

El otro seguía atónito.

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