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Capítulo 20: Un shock color rosa


— Escuchá.

Martín estaba en el lago de las sirenas al que acudieron anteriormente. Una sirena rubia, de pelo larguísimo se asomó en la orilla.

— ¿Qué? ¿Otro reto? Ja.

— No —Martín se sentó, mientras tambaleaba los pies—. Era para dar las gracias.

— ¿Pero por qué tal obsesión por la chica? —preguntaba la rubia.

— No sé. Realmente, no sé. Pero creo que gracias a ustedes me gané otro punto a favor...

La sirena sonrió y dio una voltereta en el aire, cayendo en el agua de nuevo. Martín observaba, con la vista fija, su reflejo en el agua, pensativo.

— ¿Estará bien lo que estás haciendo?

— Creo que es trampa —el rubio se rascó la nuca—. Pero es una trampa piadosa. Tú me entiendes...

— Creo que... sí. Bueno, yo debo irme.

— Yo también. Chau.


Pedro estaba disfrutando de lo lindo. Le habían dejado salir del liceo.

El problema del mexicano es que es demasiado nervioso cuando ve espacios amplios, y se pone a recorrerlos como loco. Recordemos que el poder especial de Pedro es correr a una velocidad increíblemente cercana a la de la luz.

Estaba corriendo tanto por aquel campo, que había veces que desgarraba la hierba del suelo, dejando un rastro seco de tierra.

Pedro necesita salir del instituto al menos una vez al mes, y tiene el espacio muy limitado para correr y liberar toda la energía que acumulaba aquellos días.

— ¡¡¡BANZAIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!!!

Era lo único que se escuchaba allí fuera. A Javiera le gustaba mirarle por la ventana. Le hacía gracia que el mexicano esté dando saltos y corriendo como un completo loco, gritando y cayéndose al suelo. En resumen: matándose él solo.


— ¡Martín~!

María corrió hacia el rubio y lo abrazó, pero éste mostró un leve desprecio sobre la chica, dándole con la mano en la frente y apartándola con una cara de asco impresionante.

— Qué.

— ¿Sabes qué? He visto a Javiera mirando a Pedro desde su ventana~ ¡Creo que le gusta!

— Es prácticamente imposible, Javi odia a Pedro.

— Sí, pero a ti también te odia~ ¡Pero yo no!

— ¿Sabés lo que me importa?

— ¡Mucho!

Esto —el rubio sacó el dedo de en medio, se dio media vuelta, y con las manos en los bolsillos, se dirigió al cuarto de la chilena.


— Javiera, abrí.

La morena se sobresaltó. No era normal que Martín llamase a la gente por su nombre completo, así que seguramente estuviese diciendo aquello muy en serio. Abrió la puerta, y el argentino entró sin permiso y se sentó en la silla del escritorio. Javiera se puso las manos en la cintura.

— ¿Quién te ha dicho que entres? —preguntó, enfadada.

— Me importa una mierda lo que digás —Martín se asomó por la ventana, y vio cómo, efectivamente, Pedro estaba allí—. ¿Qué hacés mirando a Pedro?

— Te quedas y lo miras tú mismo —respondió ella, cerrando la puerta, con pestillo a escondidas y sonriendo maliciosamente.

— Sí, está haciendo el loco. ¿Y?

— ¿No te da risa? Hoy tay' insensible.

— La verdad es que no. He estado viendo a Pedro matarse solo desde que éramos enanos, unos niños pequeños, primitos.

— Ah, olvidé que son primos —Javiera se colocó al lado de Martín, apoyándose en el alféizar de la ventana.

— Aunque nos parecemos el lo blanco de los ojos y en la tirita que nos cubre la nariz... —Martín se daba cuenta de que la chilena se acercaba más y más a él, hasta que se pegó a su brazo como una lapa.

— Es verdad, ¿es una herida o algo?

— Realmente no me acuerdo —el rubio ignoró la posición de Javiera y siguió mirando por la ventana.

— Yo decía que no me acordaba, pero...

— Por favor, calla, me dan jaquecas —Martín se refregó con las manos la cara.

Entonces, la chica se agarró del brazo del rubio, y éste se sobresaltó, gritando:

— ¡¿Qué hacés?!

— No te incumbe.

Javiera se pasó el brazo por los hombros, y Martín se sonrojó todo, como un tomate.

— ¡¿Pero qué coño?! ¡Suelta!

— Shh, es una prueba...

A argentino se le cosieron los labios cuando la chilena le abrazó y empezó a tambalearse. Ella también se había sonrojado. Tragó saliva y carraspeó, intentando apartar a Javiera, pero esta se negaba y volvía a abrazarle.

— Puta que sos.

— Ehi...

— En serio, tengo que irme...

— No, no te vas.

— Sí, me voy ya. Ahora.

— No. Espera.

Javiera se puso de puntillas (mierda, perdió estatura con esto del cambio de género asqueroso), y le dio un beso a Martín en el cuello. Los pelos se le pusieron de punta, y se sonrojó aún más.

— ¡¡Para, carajo!!

— Es una prueba nomá' —la chilena sonrió y apoyó su mentón en el hombro del otro. Pasó los brazos alrededor se su cuello, y enterró el rostro en su pecho.

— Mierda... —Martín comenzó a sudar, y se mordió el labio inferior— En serio, tengo que esfumarme o voy a llegar tarde...

— No, si ya ha acabado —dijo ella, separándose—. Antes déjame que abra el pestillo.

— ¡¿Osea que lo cerraste?!

Javiera sonrió.

— Sé que podrías haber intentado matarme, y salir por la puerta. Te conozco, Tincho.

Abrió la puerta, y el rubio salió corriendo.


Al día siguiente, Javiera le daba vueltas a lo que había hecho el día anterior. Tal vez haya sido demasiado para el argentino, incluyendo de que no fue a clases por algún (no muy extraño o difícil de averiguar) motivo.

Se sentía... culpable. No sé, ¿tal vez creyera que se le iba a tirar? No. Tampoco es para tanto, se decía a sí misma. Aunque sí que pudo ser un buen shock para Martín eso de que su mejor amiga le bese el cuello y le hablase a su oído...

Tarareaba la canción que estaba escuchando: Try, de P!nk. Javiera era muy fan de ella, y tenía una camiseta con su logo, la cual llevaba puesta. Era una camiseta sin hombros, y debajo llevaba un sujetador blanco, y los tirantes se le veían. Pero daba igual. Sino, no tendría gracia.

A la chilena también le gustaba mucho el anime japonés, y era aficionada, otaku profesional. ¿Toda una friki? Tal vez no, pero al menos le gustaba. Era fan de Pokémon. Tanto, que tenía una sudadera con orejas de Pikachu. No se la puso aún, pero seguramente a Martín se le caería la baba.

No, eso no lo ha pensado ella, lo he pensado yo, la escritora, la que tiene control sobre todos ustedes que ahora mismo están leyendo. La que puede haceros llorar, la que puede haceros sonreír o reír, y la que puede hacer que sintáis celos o rabia... Soy la raíz del pequeño árbol que sujeta las hojas en las que están escritos todos los capítulos de esta muy querida por mí, novela.

En este momento, Javiera está masticando un chicle de menta, con uno de los hombros de la camiseta de P!nk echado hacia abajo, con el rabillo del ojo pintado de lápiz negro y rosa fucsia profesionalmente perfecto, el pelo totalmente peinado y unos pantalones negros que le quedaban grandes por el dobladillo, rotos y con el cinturón caído.

Llevaba una felpa blanca, y una muñequera fucsia en su mano izquierda. Las zapatillas, Converse, color negras.

El caso es que hoy iban a celebrar el cumpleaños de Martín (que ya pasó, pero por los estudios no pudieron celebrarlo) en una discoteca, y Javiera tenía que estar perfecta, no podía fallar en nada.

Oh, ¿Y si Martín no fue a clases porque lo estaba preparando todo? Nada es imposible en este mundo...

Llevaba echada encima colonia, con olor a rosa. Todo era rosa.

Porque aquél día pegaba, porque ella sabía que Martín odia el rosa y no le importa. Para nada.

Se miró en el espejo, se guiñó un ojo a sí misma y sonrió. Entonces, vio una barra de pintalabios abierta encima del tocador. Pensó durante unos segundos, y se dijo:

— Neh.

Cerró el pintalabios y lo guardó en su sitio. Eso sí, tampoco quiere decir que porque hoy no se eche no se lo vaya a echar dentro de unos años.


Martín pisaba en el suelo fuerte, miraba su reloj de muñeca y volvía a meter las manos en los bolsillos. Había invitado prácticamente a toda la clase, incluida a María (si es que le odia tanto...).

Que por cierto, fue la primera en llegar.

Iba mirando a su móvil, sonriendo y muy maquillada. "Next", pensó Martín al instante.

El segundo en llegar fue Pedro, que llevaba casi la misma ropa que él, así que se lió gorda a puñetazos y amenazas. A veces el verdadero hombre de la historia es la mujer, ¿saben?

El tercero fue Miguel, que venía sonándose los mocos y con ojos llorosos, soltando unos "te odio en bajito.

El cuarto fue Daniel, que venía con Sebastián y Luciano. Los tres llevaban la misma ropa, como si de hermanos se tratasen.

Y quinta, llegó nuestra protagonista Javiera. Saludó con la mano a Martín, que tenía la mandíbula a la altura del suelo y estaba todo sonrojado.

— Creí que sería demasiado lo de ayer y pensé que por eso no viniste a clases.

— Eh, yo, esto... bueno, y-yo...

— Sí, venga, tranquilo, yo entiendo el idioma Martino... ¿Qué pasa?

— Ehm —el rubio carraspeó tragó saliva—. Nada, ¿que iba a pasar?

Javiera alzó una ceja, sonriendo. Pero Martín siempre tiene hambre. Siempre, siempre, siempre, siempre... así que se dirigió al sitio donde pusieron la comida y demás, acompañado de Javiera, que también tenía buen apetito para las fiestas y aprovecharse.

— ¿Entonces por qué no viniste? —preguntó ella.

— Estaba un poco traumado, y cuando tengo este tipo de paranoias suele darme insomnio. Vos sabés —el argentino rodó los ojos.

— Eh... ¿supongo? Oye, perdón si te supo a mal.

— ¿Pero por qué esa prueba? ¿Qué significaba?

— Hueás. Olvida y seguro que sana.

— Estoy en serio.

— Es un secreto —dijo ella, sonriendo.

Javiera fue a coger un sándwich, pero entonces las manos de ambos coincidieron y se sonrojaron.

— Tuyo.

— Carajo, no, tuyo...

— Las señoritas primero.

— Tú mismo lo has dicho, señoritas primero.

— ¡No hace gracia!

Ambos se hartaron de reír aquel día. Tal vez bebieron un poco y se les fue la olla. Tal vez la cabeza o el mentón de Javiera volviese a caer sobre el hombro del rubio. Y tal vez, sólo tal vez, de la mente de Martín, pudo haber salido un "te deseo", pero la otra chica lo habría ignorado. ¿La pareja perfecta?

¿Perfecta, perfecta?

Lo dudo. Lo dudan. Lo dudamos todos.

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