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Capítulo V: Depresión métrica


El viento chocaba en la cara de Martín, impidiéndole poder andar bien, y lagrimeando un poco.

Sebas se había enfadado, estaba encerrado en su cuarto llorando y se desató el viento. Madre mía qué cagada.

Manuel estaba pegado contra la pared, agarrando su mochila, que estaba a punto de salir volando y estrellarse en la cara de algún otro alumno.

Pero... ¡adivina quién era el único que podía caminar pese al viento!

Miguel.

Tenía las zarpas inferiores y superiores fuera, de manera que se podía pegar a las paredes y/o al suelo.

María no podía agarrarse al suelo ni con raíces, era increíble la fuerza que estaba desatando.



— Venga, anímate, hay gente volando allá fuera.

La mueca de preocupación en la cara de Manuel era descomunal. Sebas seguía llorando por un tubo, y las lágrimas se escurrían por los maderos del suelo. Los sollozos se escuchaban a varias cuadras de distancia.

— Sebas.

El rubio paró un segundo de llorar. Levantó la barbilla y miró a Manuel. Tenía todos los ojos rojos, tenía ojeras y su cara estaba como blanca. Era horrible ver a aquel chico tan brillante así.

— ¿Qué? ¡¿Qué cojones pasa ahora?! ¡Déjame en paz!

— No voy a dejarte en paz hasta que me cuentes lo que pasa. Puedo ayudarte, me he visto en la misma situación que tú antes.

— Lo mío es peor. Se ríen de que parezco marica...

— ... Yo llegué a cortarme.

— No creo que un pibe como tú puedas cortarte.

Manuel se remangó las mangas que le quedaban grandes, se quitó la muñequera, mostrando todos los cortes sonrojados y al parecer, no muy antiguos. Eran en total veinte.

— Va-vaya... yo... yo lo siento... ahora parezco el chico más feliz de la faz de la Tierra...

— Ya sabes.

Sebas abrió la puerta y Manuel salió con el ceño fruncido. Era feriado, así que estaba en pijama. Y todo el mundo le copió. Moda nueva: pijama. Causaba furor entre los estudiantes.

El castaño entró en su cuarto, pero se pilló el pantalón. Por detrás se oían risas, y una era muy conocida.

Martín de mierd...

— ¡Boludo te dejaste el orto fuera!

— ¡¡Cállate hijo de puta!!!

— Tampoco es para ponerse así... chicos, déjenlo. Se acabó el cachondeo, fuera de acá, fuerita.

Manuel consiguió desgancharse con los colores demasiado subidos. Martín aporreó la puerta, y el mechón le vacilaba por la cara, símbolo de su tristeza. Dejó de aporrear la puerta, apoyándose y poniendo la mano lentamente en la puerta.

— Déjame entrar —susurró.

Manuel escuchó el susurro. Martín sonrió por un segundo, cuando se dio cuenta de que la puerta se fue abriendo poco a poco.

— Sabía que así sí escuchás.

— Déjame ya. ¿Qué carajo quieres?

— Perdón pibe, eso me ha pasado a mí como mil trillones de veces, viste, soy un putito patoso y... —se rascó la nuca, mirando hacia abajo.

— No te preocupí', estoy acostumbrao'. Ahora ándate.

— Buenas noches.

Y Manuel no dijo nada de vuelta.



— ¡¡¡Manuel!!! ¡Boludo tengo un sorpresión que te va a re encantar!

Se escuchó una risita femenina por detrás, y Manuel no dudó en abrir la puerta (que sea serio no quiere decir que no pueda... bueno).

— Weón ya te dije que... ¡Tiare!

Manuel se abrió de brazos con una sonrisa enorme en la cara, abrazando a su hermanita. La levantó del suelo por unos segundos y luego la bajó.

— ¡Te eché de menos! —dijo ella— Martín me dijo que eres un hermano ejemplar y asentí. ¡Estaba esperando taaaanto tiempo! ¡Saqué aprobado en el primer trimestre! ¡No sabes lo feliz que me puse!

Manuel rió. Martín nunca lo había visto así, tan feliz... quizá tenga que robarle a su hermana más tiempo que aquel.

— ¿En qué cuarto estás?

— Mi pieza es la que está al lado tuya. Me dijeron que a los hermanos suelen ponerle un ventanal entre ambas piezas para no separarles, a menos que se lleven mal. Y creo que ya todo pasó, ¿no?

Manuel asintió con la cabeza. Puso la mano en la cabeza de la chica y la despeinó un poco.

— Claro que sí, linda.

Martín sonrió.

Nunca tuvo un hermano. Quería saber qué se siente al...

— Gracias, Martín.



Era mediodía y hasta en la cafetería había gente en pijama. EWra, definitivamente, la nueva moda de los feriados.

— ¡Eh, Miguel! —Manuel movió la mano en alto hacia un lado y hacia otro, saludando y haciendo señas de ven para acá.

Miguel se acercó sin dudarlo. Su colita se meneaba de un lado a otro, feliz de que aquel chico le llamase por primera vez y haber vuelto a escuchar su cálida voz desde aquel día en el que se conocieron. Vino dando saltitos.

— ¡Dime! ¿Qué puerro hacer pur tí?

— Quería preguntarte —Manuel vacilaba de un lado a otro, tambaleándose y mirando confuso hacia el techo—, ¿cómo era la vida antes de que yo llegase? ¿Era parecida o ha cambiado?

— ¡Ni te imaginas cómo ha cambiado! —no dejó completar la frase al moreno, pero igual no era importante lo que iba a decir— Martín era más popular entre las chicas. ¡Y así se hizo su relación con Marría! Purro no rompieron pur tu llegada, sino purrue Martín sabía que no funcionaría. ¡Yo también purnsaba eso!

— Es curioso...

— ¡Bastante! ¡Además, yo estabra muy solo! ¡Ahorra tengo más amirros, muy lindos y eficientres en la amirstad! Martín se ve muy felis ahorra también. ¡Debes de estar hambriento! ¿Qué vas a pedir?

— Supongo que tostadas... y la verdad es que hoy no tengo mucha hambre...

— ¿Es purr lo de Martín? ¡Se te ve muy apegado a él!

— ¡¿Qué dices?! ¡Mentiras! ¡¡Puras mentiras!! ¡¡¡Yo le od-!!!

En ese mismo momento, Martín pasó por al lado con su bandeja. Estaba dispuesto a sentarse, pero negó con la cabeza, con una mueca bastante triste por el comentario del moreno. Decidió alejarse lentamente y se pueso a comer en una mesa, solo.

Manuel se sentía un hijo de puta.


— ¡Soy un estúpido!

El ojimiel golpeaba la pared como si no hubiese fin. No podía creer lo mal que le había sentado aquello a Martín que no fue a clases dos días completitos. Sí, ya acabó el feriado.

Pero no era hora de disculparse.

Había estado un rato jugando al Pou, y el pobre estaba cagado entero lo siento pero es que LOOOL.

Tiró el móvil.

A la POUtísima mierda LO SIENTO SI LES HICE REÍR DEMASIADO LOOOOOOOOL

Se limpió las lágrimas con un pañuelo negro de encaje que le robó a su madre, se lo tenía merecido. Se sentó al borde de la cama y se dejó caer. Abrió los brazos y miró hacia arriba. Era de noche, y había apagado la luz, por lo que la decoración fluorescente de copos de nieve que tenía en el techo, estaban emitiendo luz azul y tenue.

Se relajó por un momento.

Acababa de conocer a Martín. ¿No sabía nada sobre él, y ya dice que le odia? ¿Será instinto? ¿Celos? ¿O tal vez posesión? ¿Pero posesión de qué? ¿De una persona? ¿Sentirse posesivo por Martín y estar celoso de María? ¿Estaba hablando sobre que él posiblemente haya recién salido del armario? ¿O es sólo amistad...?

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