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CTSNA


Capítulo 36: Despido




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— ¿Y si lo olvidases todo?

Aún por la delicadeza del tema, el espectro sonreía. Mostraba ser un poco cínico, pero..

— Nunca podría olvidarte.

Manuel afirmó aquello con toda la seguridad del mundo, observando fija y severamente al espíritu color lima. Arqueó las cejas ante el silencio que regalaba el espectro, mas no consiguió que hablase más. Sólo se metió bajo la cama y soltó humo verde por debajo. El chileno frunció el ceño, preguntándose lo que hacía. Miró bajo la cama, pero no había nadie. Se encogió de hombros y no le dio importancia. Ya volverá.

Buenos Aires, Argentina. En ese mismo momento.

— ¡Tonto!

El rubio le pegó a su padre varios puñetazos flojos en el estómago. El empresarió se reía.

— Martín, eres muy infantil para tu edad, ¿viste? Siéntate y hablemos.

El argentino asintió, inocente, y se sentó donde su padre le indicó en un principio, incluso antes de entrar por la puerta. El padre arregló unos cuantos papeles que tenía en la mano y tragó saliva. Carraspeó y apoyó las manos en el escritorio, mirando al rubio fijamente a los ojos.

— ¿Recuerdas de cuando quemaste las cortinas?

El argentino asintió con la cabeza una vez más y tosió. No le gustaba hablar sobre el tema de que no podía controlar como él quería sus poderes. Eso le avergonzaba, y pensar que había chicos que lo controlaban perfectamente.

El progenitor del chico le pasó dulce de leche, y Martín lo aceptó con una gran sonrisa. Su padre era español con un suave acento andaluz y hache suspirada, y el seseo y el ceceo nunca faltaba. Su nombre era Antonio.

El español sonrío un poco triste, y tomó el asa de la taza de café lentamente, con cuidado de no quemarse. El humo blanco salía sin cesar del café calentito, algo que a Antonio le encanta, sobre todo en invierno. Recordemos que allí, en Argentina, es invierno los meses de junio, julio y agosto. En el fondo, el español añoraba aquellos tres meses de calor en la Península Ibérica, y el tiempo regularmente bueno. Añoraba los monumentos musulmanes de la hermosa Andalucía, los amplios campos de Castilla y de la Mancha, las ruinas del norte y los restos romanos de Extremadura. La gran y atareada ciudad de Madrid y Barcelona, los montes que pasan por Aragón, el aroma a vino de reserva de la Rioja... todo aquello lo echaba de menos.

Dejaron aquel país sumergido en la crisis atrás. Habían pasado ya más de quinientos años desde que el país entró en crisis, por el siglo... veintiuno. Era ridículo pensar que a aquello lo llamaban "país desarrollado".

Tomó la mano de su hijo y la acarició. Siempre a temperaturas altísimas, Martín daba calor a toda la casa, regulando la temperatura, encendiendo la chimenea... En verdad el mundo estaba más desarrollado. Sólo en esa casa se usaba chimenea, comida de verdad y cama. Los demás se alimentaban con bolsas de proteínas en polvo, dormían en una cápsula y a los cinco minutos estaban despiertos...

Aunque el español dudaba de que en el mundo no hubiese más que esa casa sumergida en el pasado. Tenía que haber otra. Lejos...

— ¿Viejo? Eooo.

l argentino pasó la mano por delante de los ojos del español, sobresaltándolo y derramando un poco de café encima del escritorio.

— Ah, yo... perdón papá...

Antonio negó con la cabeza, sacó una servilleta y limpió aquel desmadre. Sonrió y le miró.

— Creo que tengo la solución a todos tus problemas.

El rubio alzó la mirada y entrelazó los dedos con los de su padre. Su mirada se llenó de brillo y esperanza que pendía de un hilo tan fino como los bigotes de un gato callejero. Sonrió y puso mueca de interrogante.

— ¿Qué harás, padre?

— Si tengo suerte —el padre soltó el agarre y abrió un libro cercano. Uno de los pocos que quedaban sobre la faz de la Tierra, sustituyendo a los libros digitales. Suspiró y continuó—, podré convencer a tus tíos Lovino y Francis de que me ayuden. Crearemos un lugar en el que puedas usar tus poderes sin ningún tipo de problemas. Además, allí habrá un instituto, yo seré el director, y ellos los ayudantes. Podrás aprender a controlar tus habilidades para que nunca te vuelva a faltar nada.

El rubio sonrió.

— ¿Posta? ¡Suena re genial, y para nada imposible! —el argentino se levantó de un sopetón, dando saltos de excitación—. ¿Podremos llevarnos a más gente, cierto?

El español asintió con la cabeza.

— También a ese amigo que conociste por la red de Internet. ¿Miguel, no era que decía que le ocurría lo mismo? ¿Y María? ¿Y Luciano, Sebas y tu primo Dani?

El rubio asintió con energía y rió. Empezó a saltar de alegría, y sus mejillas se coloraron de naranja.

— Algo me dice que lo tuyo no era un problema nuclear, Martín.

El argentino dejó de saltar y miró a su padre seriamente, interrogante.

— Es decir, que todo lo tuyo debe de tener una historia. He estado revisando cosas y he encontrado muchísimas cosas sobre demonios, y me temo que tiene muchísimo en relación. Hay varios elementos, los fundamentales: fuego, agua, aire, tierra, planta, animal, velocidad y... hielo. Pero aún desconocemos el Portador Absoluto del Hielo. ¿Lo buscarás tú?

Martín asintió con la cabeza.

— ¿Mina o pibe?

— Deberás de averiguarlo tú mismo.

Algeciras.

— ¿Yo? ¿Dónde estás, Yo?

Manuel seguía buscando al espectro como podía, entre los platos de la cocina, en la basura, debajo de las camas, e incluso en su sitio preferido: entre los envoltorios de los regalos de Navidad. Era una colección que mantenían ellos dos desde aquel día...

El chico se rindió. Subió con lágrimas en los ojos a su cuarto y se tiró a la cama. Eran ya las tantas de la noche y aún seguía buscando... Se envolvió en las sábanas sin bañarse ni cambiarse. Hoy iba a dormir con la ropa del día.

Al día siguiente, se vistió con ropa nueva e hizo la maleta.

— ¿Mamá?

Fue al cuarto de su madre pero no la encontraba.

— ¿Papá, estás ahí?

Se asomó al de su padre, recordando con tristeza el motivo por el que dormían separados.

— ... Ti... ¿Tiare?

La cama de su hermana estaba completamente vacía. Empezó a asustarse, pero pensó que esterían de vacaciones o algo.

A él nunca le llevan porque dicen que es un "enfermo mental, ve alucinaciones y no tiene ni idea de que la magia no existe". A sus padres le da vergüenza de llevar a un niño así.

Decidió ir a la escuela por su cuenta. En la puerta, se encontró con Vicky, que le saludó con esmero y alegría. Él sólo alzó la mano haciendo un saludo de militar rápido y se metió en su clase.

Las lecciones fueron severas y muy intensas. Manuel estaba medio mareado, así que pidió salir un rato en medio de la clase o le iba a dar un ataque de ansiedad. Aprovechó para mirarse al espejo en el baño. Las ojeras. Las odiaba.

Negó con energía con la cabeza y volvió a clases con un "Perdón" de su mano. Se volvió a sentar, y la maestra simplemente frunció el ceño, negando con la cabeza.

— Sé que tus padres me dijeron que tienes ataques de ansiedad y claustrofobia, pero te estás pasando, Manuel. No puedo interrumpir la clase sólo para ti.

Dicho esto, la profesora se dio media vuelta y siguió escribiendo la fórmula matemática en la pizarra. Chino puro y duro para ojos de Manuel.

Las horas pasaron rápido al contrario que otros días. La clase se vació por completo, sólo quedaban él y la maestra. Bueno, esta última se fue por el aburrimiento de simplemente estar dentro de un aula.

De repente, escuchó algún ruido. Dejó de guardar cosas en la maleta y miró hacia todos lados, arriba, abajo, atrás, a ambos lados... entonces, vio cómo una tiza estaba escribiendo algo en la pizarra.

PizarraSNA

Tenía algunas faltas de ortografía, aunque no quiso fijarse en ellas. Empezó a temblar incontroladamente y a mirar hacia todos lados, asustado e indefenso.

¿Indefenso?

Negó con la cabeza y curvó el labio, entrecerró los ojos y gritó:

— ¡Sal!

— Pimienta.

Manuel retrocedió al escuchar aquello de origen desconocido. Volvió a mirar alrededor suya, y puso ver cómo una mano transparente se posaba en su hombro. No sabía por qué, pero se quedó quieto mientras el espectro desplazó la mano hacia su cabeza, puso la otra y de repente comenzó a echar humo brillante.

Manuel cerró los ojos. Cayó encima de su escritorio, y no logró recordar más.

Al día siguiente...

— Este chico apareció desmayado encima de su pupitre. ¿Se puede saber qué hizo usted para que esto ocurriese?

El director tamborileaba con los dedos en su escritorio.

La maestra estaba nerviosa, podía jurar que ella no fue la que desmayó al chico. Ella sólo se despidió...

— No señor, yo no hice nada. ¡Puedo jurarlo!

— Usted está despedida. Salga de aquí inmediatamente.

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La mujer se fue cabizbaja por la gran cancela que limitaba la carretera del patio del instituto. Miró hacia todos lados antes de pasar por aquel "límite". De repente, Manuel vino corriendo.

— Oiga, he escuchado que la han despedido... así que traje algo —el chico sacó una cajita—. Es un trozo de pastel, lo hice yo... estoy trabajando a media jornada en una pastelería y me enseñaron. Siento no poder recordar nada, sino le habría dicho al señor director que no es su culpa...

La mujer sonrió y aceptó la cajita. Miró dentro de ella, y en el fondo había un trocito triangular de un pastel color marrón, decorado con nata y una fresa. La crema de los filos y el chocolate esparcido por el plato en el que estaba encima, todo era perfecto.

— Muchas gracias Manuel...

El chico sonrió.

— Es usted muy buena maestra.

La señora se sonrojó levemente y rió.

— Bueno, adiós...

— ¡Adiós, cuídese!

Manuel movía la mano a lo lejos para despedirse del taxi que llevaba a la profesora, alejándose cada vez más y más.

¿Qué ocurrió en realidad?

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