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Capítulo 21: Me duele la mente


"Qué coño... ¿Qué pasó? ¿Cambió todo? ¿El mundo dio un vuelco o soy yo la que esta viendo a Martín dormido encima mía?"

"¿Soy yo o María está encima de Martín? ¿Y Martín le está metiendo una patada a María?"

"¿Soy yo o...? ... tengo... sueño..."

Y lo único que vio fueron los ojos verdes intensos del rubio y cómo se acercaba lentamente hacia ella, enterrando su rostro en su cuello y sintiendo la respiración del argentino.


Javiera no lograba recordar nada de lo que ocurrió. Le dolía la cabeza y estaba mareada. Veía borroso, y su celular sonaba y vibraba. Lo cogió y miró en los mensajes. Era de Martín, que aún estaba a su lado, dormido, y con el móvil en la mano, aún encendido y abierta la conversación.

Martín: Te amo, aunque no me escuches por la borrachera.
Martín: Quería hacerlo claro, ni siquiera veo bien las teclas...
Martín: Pero quiero que leas esto cuando te levantes, 
Martín: puesto, ni vos ni yo recordaremos una mierda...
Martín: Buenas noches si eso, o mejor,
Martín: ''Buenos días.''

No podía dar crédito a lo que estaba leyendo. Bueno, sí. Pero era fuerte... Se refregó los ojos con las manos y miró al rubio. Estaba durmiendo profundamente.

En el suelo habían derramadas varias latas de cerveza.

"Alcohol no", negó con la cabeza. Agarró una de ellas y le dio la vuelta. Eran con alcohol, la mismísima legal droga que hay que beber "con moderación".

Y ella la había tomado en exceso.

Volvió a negar con la cabeza, y sacudió a Martín, desesperada.

— ¡Martín! —susurraba al oído del argentino— ¡¡Martín!!

— Ahh...

El rubio se dio la vuelta y arrolló a Javiera con él. Ella se sonrojó, y pudo darse cuenta de lo que el rubio sintió el otro día. Le agarró de la cara y lo torteó, y en respuesta, Martín dio un puñetazo en el suelo y se cargó media parte de él.

— ¡Mart...!

El rubio abrió los ojos y le tapó la boca a Javiera. Miró fijamente hacia sus ojos, y dijo:

— Ni una sola palabra. ¿Queda clarito?

— ¿Hmpf? —la chilena apartó las grandes manos de su boca, respiró hondo y gritó— ¡¡Pero qué chucha te ocurre!! ¡¡Por qué te volviste tan raro!! ¡¿Dónde está Martín?! ¿¡Qué hiciste con él!? ¡¡Vuelve en ti, carajo!!

— Cállate, es sólo la jaquec...

— ¡Ni jaqueca ni mierda! —zarandeó a Martín, rabiosa— ¡Dime dónde quedó Mart...!

El rubio empezó a lagrimear un poco y se tapó el rostro con las manos. Se sentó en el sillón del lugar y comenzó a sollozar.

— Yo... no sé... si lo supiese, te lo diría, te lo juro.

— Puedes encontrarlo aún. No llorí.

Javiera le agarró del rostro y le limpió las lágrimas con su felpa. Sonrió.

— Y ya lo encontraste...

La chilena abrazó a Martín, y él le correspondió el abrazo, llorando pesadamente.

— ¿Leíste el mensaje?

— ¿No que no recordarías nada? ¿Eras consciente de que íbamos a quedarnos ebrios como nadie más?

— ... no soy Julio Verne, mina. Cuando apoyé el mentón en tu cuello y te abracé, perdiste la consciencia, y por muchos "te amo" que soltase, no te enterabas. Así que me delimité a dormir y esperar al día siguiente.

— Interesante. Pero yo no sien...

— No te he preguntado nada aún. Sólo te amo y punto pelota. No hay más que se hable.

— Tengo miedo, Martín.

— ¿De qué?

— No quiero que esto acabe mal. Prefería cuando era un chico, no creo que pueda aguantar esto. Es decir, aguantarte.

— ... te dije que te callases.

— ¡Pues no voy a callarm...!

El rubio agarró del rostro a la chilena y juntó sus labios con los de ella. Se sonrojó un poco, pero sabía que hacía lo correcto. Él habla el idioma del corazón y podía traducir aquello que Javiera igual sentía, sentimiento mutuo.

La morena, en cambio, estaba completamente roja, pero no hacía nada para evitar que aquél beso era algo más que evidente. Así que sólo lo correspondió, y nada más.

Entre suspiros agitados, Martín logró decir:

— Lo mejor es que podemos echarle la culpa al alcohol.

La chilena asintió con la cabeza mientras daba comienzo a otro beso.


— ¡¿QUE QUÉEEEEEE HAAA HECHOOO MARTÍIIIIN?!

— Te he dicho que los vi copulando —Miguel se tapaba la cara para que María no pagase toda su furia con él, además de protegerse de la saliva que soltaba la venezolana al hablar.

— ¡¿QUÉ CARAJO ES COPULAR EN TU IDIOMA, JODIDO HIJO DE PUTA BASTARDA?!

— Besar, carajo —Miguel temblaba de miedo. Nunca estuvo más aterrorizado de su mejor amiga.

— ¡No se lo voy a perd...!

En ese momento, Martín apareció doblando la esquina, y se chocó sin querer con la venezolana. Ella refunfuñó.

— ¡No me puedo creer que hayas besado a Javiera!

— ¿Yo? Te equivocas.

— Uh, no, qué va —soltó Miguel con odio y sarcasmo.

— Que no —el rubio seguía negando con la cabeza y ponía cara de asco.

— Tengo una foto acá pero no la voy a enseñar, María puede cargarse el móvil, pe.

— ¡¡ENSEÑA O IGUAL TE LO ROMPO!!

— Hale, vale...

Miguel sacó su móvil y buscó entre tooodos los archivos sobre gatos que tenía, la foto aquella. Al fin, tras cinco minutos buscando, la seleccionó y la puso a pantalla completa.

— ¿Y eso? —dijo Miguel, mientras pasaba página y sacaba otra foto— ¿Y esto de acá?

— Estaba ebrio, no sabía lo que hacía.

Entonces, el peruano sacó un vídeo, y se veía y se escuchaba todo alto y claro. Martín abrió los ojos como platos, agarró el móvil y lo miró con desprecio.

— Joder, ¿tan despeinado estaba y tan mal nos veíamos...?

— ¡Caradu...!

— ¡Aló, cabros! —dijo la chilena, que se cayó hacia atrás al ver el vídeo—. ¿Qué mierda? ¿Martín fuiste vo?

— ¿Eh?

— Me he perdido... —Miguel estaba confuso.

— Mirá, yo no he sid...

— ¿Quién cojones ha grabado eso que le atravieso los pulmones con el dedo ahora mismo?

— Fui yo, no espera, fue María.

— Osea que fue María.

— ¡Ha sido Miguel!

— ¡Fue María!

— Me cargo a los dos y me quito dos pesos.

— Ya no aguanto más.

Todos se quedaron mirando al rubio, que agarró a Javiera de las caderas y la atrajo hacia él.

— Quiero que quede claro que aunque nos besemos no quiere decir que nos gustemos en mutu...

— Para besar, besan dos —dijo María, refunfuñando.

— Ah... Martín, apart...

— Y además, ¿qué les incumbe? Tú ya no sos mi amigo y tú no sos mi novia, así que métanse donde les llaman.

— Urgh... —Jaiera, toda sonrojada, intentaba separarse del enfadado argentino, pero este lo impedía.

— Pues no me hables —María se dio con la mano en el pelo, haciendo gesto pijo y desapareció, agarrando a Miguel de la manga.

Los otros dos se miraron.

— Aquí no, tenemos todo un San Fermín delante —dijo la morena.

— Tranqui...

Martín condujo a Javiera hacia el famoso "Callejón Prohibido" (¿quién nunca tuvo uno en su colegio?), la apoyó contra una de las paredes, y entonces ella le agarró de la cara. Entrelazó sus dedos en el pelo rubio del argentino, acercando su rostro y besándolo en los labios. El otro lo correspondió, puso las manos en su cintura y pronto comenzaron a acariciar su espalda lentamente.

Javiera sonreía ante las caricias del rubio.

— Mmh... me haces... cosquillas hueón...

— Humm, ¿Quién dijo que los besos no podían ser divertidos, Javi? ¿Y menos conmigo...?

Ambos sonrieron y siguieron con lo suyo.


— ¡¡¡NOOOOOO!!! El amor de mi vida se anduvo a la mierda...

Pedro sollozaba a los pies de María, que le estaba contando todo como supuesta venganza. Si Martín no vuelve, le haría la vida imposible.

— Si odias a Martín, seguro que se separarán... ¡y Javiera será tuya! Sólo sigue mis instrucciones...

Pedro le estampó un puñetazo a María en la cara.

— ¡¡¡En mi vida, puta!!! ¡Después dicen que las Sirenas, es peor encontrarte a ti, y a tu chingada madre!


— Puta que machaca...

Martín cerró la puerta, encerrándose con pestillo a sí mismo. Estaba todo acalorado, porque a lo mejor Javiera o él (o los dos), se pasaron de la minúscula y delgada rayita que limita sus deseos. Me refiero a que alguna que otra vez, los labios de Martín se escaparon al cuello de la morena... pero sólo una vez...

El rubio suspiró hondo y miró por la ventana. Se estaba haciendo de noche, y había que ducharse. Aunque a Martín no le gusta bañarse o ducharse, le encanta cómo Squeda él y el olor de nuevo, así que lo odia pero lo ama. La tensión amorosa en el ambiente entre Martín y su ducha. (NO LO SOPORTO, ME HE JODIDO EL PULMÓN DE LA RISA CHAVAL)

Se miró en el espejo y estaba todo despeinado y descompuesto.

— Joder —se dijo a sí mismo, peinándose bien y entrando a la ducha.


— Hoy continuaremos la lección como la habíamos dejado...

El profesor era muy jovencito, tenía el pelo rubio y largo, gafas con la parte superior de la montura abierta y los ojos azules. Era canadiense, y muy tímido. Se llamaba Matthew Williams, pero le decían "Matt".

Su no muy original poder era el de la invisibilidad. Así, muchas veces no lo controlaba y los alumnos no le hacían caso.

— Profe, yo no entiendo esto —Javiera levantó la mano y la movió en el aire, y el profesor se acercó, sonriente.

— Dime —dijo él, agachándose para ponerse al mismo nivel que la chica y diciendo esto en susurros (y de ahí su timidez).

— Se me hace difícil el idioma demonio y no entiendo esta palabra —la morena señaló el grupo de letras raras que lucían en el libro.

— Oh, esto está en latín —dijo, ajustándose las gafas—. Significa... bueno, es una palabra fuerte y a mí me da cosa decir palabrotas... —negó con la cabeza y se sonrojó un poco—. Significa "violar", porque el Dios del mar violó a Medusa. Verás, la Mitología Griega tiene sus puntazos fuertes y otros más light, so puede que te sorprendan algunas cosas... pero es la verdad... Si no vuelves a entender algo, sólo dímelo. ¿Ok?

— Ehm, vale —respondió ella, sonriendo.

Martín tenía un poco de celos, no le gustaba la confianza entre aquel profesor y su supuesta novia. Así que se le ocurrió algo para remediar sus celos.

— Profe, ¿es verdad que juegas al hockey hielo?

— Ah, ¡sí! —dijo él, sonriendo y sonrojándose un poco— Se puede decir que es lo único que se me da bien...

— Usted es un profesor estupendo, no creo que sea lo único —soltó Pedro.

— Ehm, bueno, yo... eh... uhmm... ¡gracias!

Matthew sonrió e hizo chocar ambos de sus dedos índice, y su mechón rizado se movió hacia arriba y abajo, como si estuviese nervioso.

— Esas cosas no se agradecen —Martín sonrió cínico, haciendo chirriar sus dientes. Realmente le iba a costar reprocharle a su humilde profesor.


— ¿Tenés deberes?

— No.

— Copado, venite a la café, que viene el Pedro.

Martín estaba o parecía atareado y muy nervioso. Javiera no lograba entender absolutamente nada, así que alzó las cejas y simplemente siguió al rubio.

Una vez espiándole, vio cómo entraba a su cuarto y salía con diferente ropa. Raro que no haya usado su mecaniche raro para vestirse... Cuando salió de la habitación, salió corriendo de tal manera que le entraron ganas de reírse.

Corrió hacia el cuarto que antiguamente era el de Julio, y cerró la puerta. Salió de él con una bolsa muy misteriosa, y se encaminó hacia la cafetería. Una vez allí, le dijo a Catalina:

— ¡Ya estoy!

— ¿Y Manu?

— Bueno, ya no es Manu, ahora es...

A la chilena le pitaron los oídos, así que entró, ajustándose el cuello de la camisa de botones, y carraspeó:

— Ejem, holi —dijo.

— ¡Hola!

— Cata, él es, bueno, ELLA es Manuel. Ha cambiado de género...

— ¿Por operación?

— No, por proceso de resurrección de parte de el extraño gato-lusus que se encontró —Martín se acercó a la morena y le agarró de la cintura, dándole un beso en la frente.

Catalina rió.


— ¿Y decías que...? Bueno, mejor me callo —la colombiana se tapó la boca para no soltar una risita maliciosa, y se ganó una mirada suplicante de Martín.

— Bueno, en verdad no, en verdad yo le odio y eso... —Javiera apretó los dientes, sonriendo y sudando, sonrojándose y apartando con sus dos manos el brazo de Martín de aquél sitio, que iba bajando cada vez más y más al trasero. Ya era suficiente.

— Uh —el argentino no lograba entender lo que la chilena decía, pero pronto recordó que ella usaba la ironía como idioma clave.

— Escuché que ustedes dos se besaron, pero no sabía que cambió de género...

— ... —Javiera se sonrojó y se cruzó de brazos, hinchó los mofletes y miró hacia el lado opuesto al de Martín, que sonrió.

— ¿Ocurre algo? —preguntó Catalina, saliéndose un poco de la barra para acercarse a ella.

— Ehm... es incómodo aceptarlo...

— Venga ya, Javi, ¡sos una pelotuda!

— Martín, yo no quería, sólo que aún tenía secuelas del alcohol por culpa tuya...

— Ñee, qué tonta que sos~

— Hacen buena pareja —la colombiana parecía un poco metiche—. Deberían declararse ya o les pilla el toro de los 20...

— Yo tengo sólo 16 —Javiera estaba confusa. ¿4 años?

— Yo ya 18 —el rubio se creía mucho, mucho más mayor y superior que ellas dos, así que alzó la cabeza y sonrió.

— Qué creído es usted —insinuaba Catalina—. En fin, ¿les pongo dos cafés?

— A menos que la exigente quiera otra cosa... —Martín sonrió, mirando a Javiera con ironía y malicia.

— Venga carajo, pónmelo. Aunque prefiero el té, pero por una vez no pasa nada...

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