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Capítulo 1



El cielo estaba gris, las casas marrones, beis, incluso blancas. Aunque en aquella época era un lujo. El humo salía de las miles de fábricas residentes del lugar, decorando de oscuro el cielo que, así, como una leyenda de abuelo, «un día llegó a ser azul».

Ya no habían plantas. No había más que fábricas fabricantes de oxígeno y lo lanzaban al aire, como si de migas de pan para palomas se tratasen. Justo en la frontera para llegar a la otra ciudad, un chico moreno, delgado y de ojos marrones se sentaba en el bordillo del puente que separaba a ambas ciudades, un largo y robusto puente, por el que muchas personas pasaban todos los días, ya sea para trabajar, entregar algo a sus jefes, visitar familiares...

El chico sacó una chocolatina de su bolsillo. Esas delicias que fabricaba el vecino, el cual era un abuelo simpático y humilde, y todos los lunes le entregaba chocolate para que lo guardase y comiese, ya que carecía de padres o familiar que se ocupe de su alimentación. No tenía más que 17 años. Era una gran responsabilidad limpiar su casa, hacer la tarea... pero todo era genial para él. Vivía al límite. Como si cada día fuese el último... que vendiesen ese tipo de limpiabaños y no hubiese otro.

Vivía en una época extraña, en la que las máquinas rudimentarias a vapor, dominaban el mundo y su existencia. Miles de robots-guardias vigilaban por la calle, la gente vestía de cuero, algo así como ropas de la edad moderna. ¡Ah! Recién recordó. El vecino iba a traer a su nieto, el cual estaba estudiando en otro lugar del mundo... ¿tal vez le gustará este lugar?


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«Mañana ya es vacaciones. Espero que la ciudad de mi abuelo sea tan alucinante como dice», pensaba el chico.

Rubio, alto y de ojos esmeralda, tumbado en el césped del suelo.

«Una vez me dijo que aquello iba a ser como otro mundo para mí».

Negó. Al menos esperaba que su abuelo tuviese trabajo que darle. Estar allí sin razón era una tremenda estupidez. Su gato maulló. Entonces se dio cuenta de que era la hora de tomar camino. Agarró su equipaje, el gato se subió su hombro y comenzó a andar hacia la enorme cancela que separaba aquel paraíso de un desierto con calzada. Puso la mano en la cancela, la cual comenzó a temblar y a separarse. Una vez cruzada, el cielo comenzó a tomar un tono grisáceo y oscuro, no habían nubes, no habían pájaros, ni una sola planta... aquello comenzó a darle malas vibraciones desde el principio.


Tocaron a la puerta. El pobre abuelo, fue a toda velocidad (como un caracol) a abrir la puerta, mientras que situaba una de sus manos en su espalda, ya, dolida y completamente destrozada. Sacó las llaves y abrió la puerta. Una sonrisa enorme se asomó por la puerta, un chico rubio, ojiverde y muy alto. Se abrazó cuidadosamente al mayor, el cual correspondió con la mano libre, ya que con la otra sujetaba el bastón.

— Te eché de menos, abuelo.

— Y yo a ti, Martín.


El moreno saltó desde el filo del puente. Se sacudió y miró al horizonte, donde el sol ya comenzaba a esconderse. Sonrió un poco, unas de las pocas veces que tiene motivos, y echó a andar en dirección de Qyue, su ciudad.

— Manuel.

El chico se estremeció. No recordó haberle dado su nombre a nadie, sólo a su abuelo vecino... se volteó, y vio un pavo real, majestuoso, pero sus plumas eran completamente grises y a escalas de blanco y negro.

— ¡¿Un pavo que habla?! —exclamó.

— No soy un pavo. Bueno, sí. No. BUENO —movió las plumas con un ritmo frenético, fijando finalmente su mirada en él y acercándose—. Vengo de otra ciudad, de casi otro mundo...

— Ya, claro, un pavo extraterrestre —rodó los ojos, dándose media vuelta y echando a andar.

— ¡Espera! No puedo entrar en tu ciudad.

— ¿Ah? ¿Por qué no?

— Sabes, soy de otro mundo. No puedo estar en otro sitio que en este puente... —se subió al bordillo, para seguidamente contemplar el agua—. Ahí abajo. Hay otro mundo.

— Sí, y en mi nariz también hay otro mundo.

— Sonará estúpido, pero sí. Las miles de bacterias que...

— ¡Es suficiente, qué asco! Aléjate, pavo, eres muy raro... no quiero juntarme con gente que sabe mi nombre sin conocerme.

— Soy tu padre.

— ¿Darth Vader, eres tú?

— TU PADRE, HE DICHO.

El pavo real corrió hacia él, aleteando y tropezándose con sus plumas. Pronto, quedaron a la misma altura, sólo que el ave estaba subida en el bordillo.

— Escúchame, Manuel, sé que nunca nos vistes, ni nos hablastes, fuiste criado por el vecino... pero tu madre, yo y todas las personas muertas estamos en otro mundo. Cobré este cuerpo material para comunicarte algo...

— Sí, que Satán vendrá mañana y----

— ¡QUE TE CALLES! —gritó, picoteándole la nariz y haciéndole algo de sangre, a lo que el otro correspondió cubriéndosela con el brazo—. Te aviso. Dentro de nada tendrás que visitar el otro mundo y lanzarte desde este puente.

— No soy un suicida.

— Tal vez suicida no, ¿pero eres un cobarde? —el pavo sonrió maliciosamente y se dio media vuelta para caminar elegantemente por el bordillo—. Yo lo fui contigo. Y con tu madre. Y mira. Menuda mierda de cuerpo tengo que dirigir, ¡pero tú! Tú puedes llevar el cuerpo de humano... porque naciste con la virtud de tu madre... tus padres, no éramos normales. Íbamos escapando de los guardias toda nuestra vida, pero nos pillaron... y ejecutaron. A ti te abandonamos en la ahora mitológica nieve. Y no me arrepiento de ello.

Manuel miró con sus ojos pardos al ave, algo confundido.

— En fin, lo entenderás dentro de poco. Entra en la casa del vecino. Acaba de llegar una persona que puede resolver todas tus dudas... —volvió a sonreír y alzó un ala—. Cuídate antes de que ya no puedas volver a hacerlo.

De repente, se desvaneció en humo. Manuel se quedó algo colocado por aquello. ¿Qué quería decir todo aquello? ¿Por qué su madre y su padre eran diferentes...?


Alguien más tocó a la puerta, esta vez fue Martín el que se levantó a abrir, ya que su abuelo no estaba en muy buenas condiciones. Cuando abrió la puerta, vio cómo un chico algo más bajito que él, de ojos pardos, cabello despeinado y color café oscuro con reflejos rojizos le miraba.

— Ah... ¿me equivoqué de casa?

— ¿Manuel? —preguntó desde la mecedora el abuelo, levantándose como podía y dirigiéndose a la entrada.

Se dio cuenta cómo Martín se le quedó mirando, aún con la mano en el picaporte de la puerta.

— Hola, abuelo Attir —el moreno levantó una mano en señal de saludo mientras miraba de reojo al rubio—. Vine para hablarle sobre un tema muy curioso... que me ocurrió sólo hace unos minutos...

— Claro, hijo, pasa —sonrió el viejo, cerrando la puerta tras el moreno e invitándole a que se sentase en el sofá.

Mientras Manuel le explicaba todo lo ocurrido al abuelo, Martín trajo en una bandeja de madera tres tazas de chocolate caliente, las cuales agradecieron los otros dos.

— Así que un pavo en monocromo de blanco y negro... oí hablar de fenómenos parecidos, sólo que con otro tipo de animales. Creí que el único animal superviviente eran los humanos...

— Y mi gato —añadió Martín, señalando al felino gris y atigrado que descansaba tranquilamente en su regazo.

— El pavo me dijo algo como que él era mi padre...

— Ah, el Doctor González —sonrió el abuelo—. Era un gran amigo mío... hasta que murió.

— También dijo algo de que una persona que sabía de este tema había llegado hoy mismo a esta casa desde otro mundo.

Martín enmudeció. Y Attir también. Se hizo el silencio en la sala, a excepción del sonido algo molesto que producían los sorbos de Manuel al chocolate.

— ¿Hablan de mí? —preguntó finalmente el rubio, a lo que su abuelo respondió con un simple asentimiento de cabeza.

— Martín, tú viniste del otro lado de la Cancela... —susuró Attir.

— ¡¿En serio?! ¡¿De verdad que él vino de allí?! —Manuel apretó los puños y sus ojos se llenaron de brillo de admiración, mirando fijamente a los ojos esmeralda del rubio.

— Eh... sí —dijo, rascándose la nuca—. ¿Por qué tanto lío? Es un sitio normal como éste...

— No lo es. Martín, acabas de llegar al mundo real... de donde vienes, es sólo un tipo de espejismo... —añadió el abuelo—. Además, si te das cuenta, aquí no hay más que fábricas, fábricas y más fábricas... y el cielo es gris...

— Bueno —interrumpió Manuel—. El caso es que quería preguntarte qué sabes del otro mundo...

Martín miró hacia todos lados algo apurado y presionado, achuchando a su gato.

— Es un mundo como el nuestro, sólo que con hierba, y... árboles, y... y... el cielo es azul... y hay nieve... y llueve agua... y las plantas fabrican el oxígeno... —dijo sin realmente saber a qué se referían.

Manuel asintió.

— Martín, ¿no? Yo soy Manuel. Es un placer, me quedaría, pero debo hacer tareas... hasta mañana.

Aún con el chico fuera de su casa, aún sin conocerlo, sintió cómo vio algo en sus ojos pardos.

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